sábado, 7 de enero de 2012

EL ASCO. THOMAS BEMHARD EN SAN SALVADOR (Horacio Castellanos Moya)



Suerte que viniste, Moya, tenía mis dudas que vinieras, porque este lugar no le gusta a mucha gente en esta ciudad, hay gente a la que no le gusta para nada este lugar, Moya, por eso no estaba seguro si vos ibas a venir, me dijo Vega. A mí me encanta venir al final de la tarde, sentarme aquí en el patio, a beber un par de whiskis, tranquilamen­te, escuchando la música que le pido a Tolín, me dijo Vega, no sentarme en la barra, allá adentro, mucho calor en la barra, mucho calor allá adentro, es mejor aquí en el patio, con un trago y el jazz que pone Tolín. Es el único lugar donde me sien­to bien en este país, el único lugar decente, las demás cervecerías son una inmundicia, abomina­bles, llenas de tipos que beben cerveza hasta reventar, no lo puedo entender, Moya, no puedo entender cómo esta raza bebe esa cochinada de cerveza con tanta ansiedad, me dijo Vega, una cer­veza cochina, para animales, que sólo produce diarrea, es lo que bebe la gente aquí, y lo peor es que se siente orgullosa de beber una cochinada, son capaces de matarte si les decís que lo que están bebiendo es una cochinada, agua sucia, no cerveza, en ningún lugar del mundo eso sería considerado como cerveza, Moya, vos lo sabes como yo, ése es un líquido asqueroso, sólo lo pueden beber con tal pasión por ignorancia, me dijo Vega, son tan ignorantes que beben esa cochinada con orgullo, y no con cualquier orgu­llo, sino con orgullo de nacionalidad, con orgullo de que están bebiendo la mejor cerveza del mundo, porque la Pílsener salvadoreña es la mejor cerveza del mundo, no una cochinada que únicamente produce diarrea como pensaría cual­quier persona en su sano juicio, sino la mejor cer­veza del mundo, porque esa es la primera y prin­cipal característica de los pueblos ignorantes, consideran que su miasma es la mejor del mundo, son capaces de matarte si les negás que su mias­ma, que su mugrosa cerveza diarreica, es la mejor del mundo, me dijo Vega. Me gusta este lugar, no se parece en nada a esa mugre de cervecerías donde venden esa cochinada de cerveza que aquí se bebe con tanta pasión, Moya, este lugar tiene su propia personalidad, una decoración para gente mínimamente sensible, aunque se llame La Lumbre, aunque en la noche sea horroroso, inso­portable por la bulla de esos grupos de rock, por el ruido de esos grupos de rock, por la perversión de molestar al prójimo que tienen esos grupos de rock. Pero a esta hora de la tarde este bar me gusta, Moya, es el único sitio al que puedo venir, donde nadie me molesta, donde nadie se mete conmigo, me dijo Vega. Por eso te cité aquí, Moya, La Lumbre es el único lugar de San Salvador donde puedo beber, y un par de horas nada más, entre cinco y siete de la tarde, tan sólo un par de horas, después de las siete este sitio resulta insoportable, el lugar más insoportable que pueda existir por el ruido de los grupos de rock, tan insoportable como las cervecerías llenas de tipos que beben con orgullo su cerveza sucia, me dijo Vega, pero ahora podemos hablar con tranquilidad, entre cinco y siete no nos molesta­ran. He venido a este lugar ininterrumpidamente desde hace una semana, Moya, desde que lo des­cubrí vengo todos los días a La Lumbre, entre cinco y siete de la tarde, y por eso decidí verte aquí, tengo que platicar con vos antes de irme, tengo que decirte lo que pienso de toda esta inmundicia, no hay otra persona a la que le pueda contar mis impresiones, las ideas horribles que he tenido estando aquí, me dijo Vega. Desde que te vi en el velorio de mi mamá, me dije: Moya es el único con el que voy a hablar, nadie más de mis compañeros de colegio apareció por la funeraria, nadie más se acordó de mí, ninguno de los que se decían mis amigos apareció cuando mi vieja se murió, sólo vos, Moya, pero quizás haya sido mejor, porque en realidad ninguno de mis com­pañeros de colegio fue mi amigo, ninguno volvió a verme luego que acabamos el colegio, mejor que no hayan aparecido, mejor que al velorio de mi mamá no haya llegado ninguno de mis excompa­ñeros, excepto vos, Moya, porque odio los velo­rios, odio tener que estar recibiendo condolen­cias, no hallo qué decir, me molestan esos desco­nocidos que llegan a abrazarte y se sienten como tus íntimos nada más porque tu madre ha muerto, mejor que no hayan llegado, odio tener que ser simpático con gente a la que no conozco, y la mayoría de quienes llegan a darte el pésame, la mayoría de los que asisten a los velorios, son per­sonas a las que no conoces, a las que jamás volve­rás a ver en tu vida, Moya, pero tenes que hacer­les buena cara, cara de compunción y agradecimiento, cara de que en realidad agradeces que esos desconocidos vayan al velorio de tu madre a darte sus condolencias, como si en esos momen­tos lo que vos más necesitaras es estar siendo simpático con desconocidos, me dijo Vega. Y cuando vos llegaste, pensé qué buena onda que Moya haya venido, y mejor incluso que se haya ido tan pronto, gracias a Moya, a que se ha ido tan pron­to, pensé, no tengo que estar atendiendo a excom­pañeros de colegio, me dijo Vega, no tuve que estar siendo simpático con nadie, porque en el velorio de mi madre apenas estuvimos mi herma­no Ivo y su familia, una docena de conocidos de ella y de él (de mi hermano) y yo, el hijo mayor, el que tuvo que venir apresuradamente de Montreal, el que nunca esperaba regresar a esta mugre de ciudad, me dijo Vega. Nuestros excompañeros de colegio han de ser de lo peor, un verdadero asco, qué suerte que no me encontré a ninguno, aparte de vos, por supuesto, Moya, no tenemos nada en común, no puede haber una sola cosa que me una a alguno de ellos. Nosotros somos la excepción, nadie puede mantener su lucidez después de haber estudiado once años con los hermanos maristas, nadie puede convertirse en una persona mínima­mente pensante después de estar bajo la educación de los hermanos maristas, haber estudiado con los hermanos maristas es lo peor que me pudo haber sucedido en la vida, Moya, haber estudiado bajo las órdenes de esos gordos homosexuales ha sido mi peor vergüenza, nada tan estúpido como haberse graduado en el Liceo Salvadoreño, en el colegio privado de los hermanos maristas en San Salvador, en el mejor y más prestigioso colegio de los hermanos maristas en El Salvador, nada tan abyecto como que los maristas le hayan moldea­do el espíritu a uno durante once años, ¿te parece poco, Moya? Once años escuchando estupideces, obedeciendo estupideces, tragando estupideces, repitiendo estupideces, me dijo Vega. Once años respondiendo sí hermano Pedro, sí hermano Beto, sí hermano Heliodoro, la más asquerosa escuela para la sumisión del espíritu, en ésa estu­vimos, Moya, por eso no me importa que ningu­no de los sujetos que fueron nuestros compañe­ros en el Liceo haya llegado al velorio de mi madre, fueron once años de domesticación del espíritu, once años de miseria espiritual que no quería recordar, once años de castración espiri­tual, cualquiera de ellos que hubiera llegado sólo hubiera servido para que yo rememorara los peo­res años de mi vida, me dijo Vega. Pero pedí un trago, por estar con mi perorata ni me había fija­do, tomate un whisky conmigo, llamemos a Tolín, el barman, el disyoqui, el milusos a esta hora, un tipo buena gente, alguien a quien le agra­dezco que haya hecho mínimamente placentera mi estadía en este horrible país. Me da alegría platicar con vos, Moya, aunque también hayas estu­diado en el Liceo como yo, aunque tengas la misma inmundicia en el alma que me metieron los hermanos maristas durante esos once años, me siento contento de haberte encontrado, un ex estu­diante marista que no participa del cretinismo generalizado, eso sos vos, Moya, igual que yo, me dijo Vega. Yo tenía dieciocho años de no regresar al país, dieciocho años en que no me hacía falta nada de esto, porque yo me fui precisamente huyendo de este país, me parecía la cosa más cruel e inhumana que habiendo tantos lugares en el pla­neta a mí me haya tocado nacer en este sitio, nunca pude aceptar que habiendo centenares de países a mí me tocara nacer en el peor de todos, en el más estúpido, en el más criminal, nunca pude aceptarlo, Moya, por eso me fui a Montreal, mucho antes de que comenzara la guerra, no me fui como exiliado, ni buscando mejores condicio­nes económicas, me fui porque nunca acepté la broma macabra del destino que me hizo nacer en estas tierras, me dijo Vega. Después llegaron a Montreal miles de tipos siniestros y estúpidos nacidos también en este país, llegaron huyendo de la guerra, buscando mejores condiciones econó­micas, pero yo estaba allá desde mucho antes, Moya, porque a mí no me corrió la guerra, ni la pobreza, yo no me fui huyendo por la política, sino que simplemente nunca acepté que tuviera el mínimo valor esa estupidez de ser salvadoreño, Moya, siempre me pareció la peor tontería creer que tenía algún sentido el hecho de ser salvadore­ño, por eso me fui, me dijo Vega, y no me metí ni ayudé a ninguno de esos tipos que se decían mis compatriotas, yo no tenía nada que ver con ellos, yo no quería recordar nada de esta mugrosa tie­rra, yo me fui precisamente para no tener nada que ver con ellos, por eso los evité siempre, me parecían una peste, con sus comités de solidari­dad y todas esas estupideces. Nunca pensé volver. Moya, siempre me pareció la peor pesadilla tener que regresar a San Salvador, siempre temí que hubiera un momento en que tuviera que regresar a este país, y lo evité a como diera lugar, lo evité a toda costa, siempre fue la peor pesadilla la posibi­lidad de regresar a este país y no poder salir nue­vamente, te lo juro, Moya, esa pesadilla no me dejó dormir durante años, hasta que saqué mi pasaporte canadiense, hasta que me convertí en ciudadano canadiense, hasta entonces esa horri­ble pesadilla dejó de fastidiarme, me dijo Vega. Ahora por eso me animé a venir, Moya, porque mi pasaporte canadiense es mi garantía, si no tuviera este pasaporte canadiense no me hubiera animado jamás a venir, ni se me hubiera ocurrido subir a un avión si no tuviera mi pasaporte cana­diense. Y aún así sólo he venido porque se murió mi madre, Moya, la muerte de mi madre es la única razón que me pudo obligar a regresar a esta podredumbre, si no hubiera muerto mi madre jamás hubiera regresado, incluso cuando pensaba en la eventualidad de que muriera mi madre, Moya, jamás se me ocurrió que yo tuviera que regresar, me decía que mi hermano lo arreglaría todo, que mi hermano vendería las pertenencias de mi madre y me enviaría la parte que me corres­ponde a mi cuenta bancaria en Montreal, me dijo Vega. No tenía la menor intención de venir ni al velorio de mi madre, Moya, ella lo sabía, cada vez que llegaba a Montreal a visitarme yo le repetía que no pensaba regresar aunque ella muriera, que yo no tenía nada que hacer en estas podredum­bres, y mi madre siempre me dijo que no fuera ingrato, que cuando ella muriera yo tenía que venir a su velorio, me lo pidió tanto, insistió de tal manera, pese a mis negativas, que ahora estoy aquí. Ganó mi madre, Moya, me hizo regresar, ya muerta, claro, pero ganó: estoy aquí luego de die­ciocho años, regresé nada más para constatar que hice muy bien en irme, que lo mejor que se me pudo ocurrir fue largarme de esta miseria, que este país no vale la pena para nada, este país es una alucinación, Moya, sólo existe por sus crímenes, por eso hice bien en largarme, en cambiar de nacionalidad, en no querer saber nada de él, es lo mejor que se me pudo ocurrir, me dijo Vega. Aquí viene Tolín con tu trago, Moya, eso me gusta también de este bar, me encanta ser amigo de quien me sirve los tragos, me encanta que me sirvan los tragos sustanciosos, sin tacañería, sin medida, nada más la botella empinada sobre el vaso, me gusta por eso venir a este lugar, Tolín es un excelente barman, me trata de lo mejor, me sirve los mejores tragos, si él no estuviera aquí yo no vendría, ni lo dudes, vengo a este bar porque Tolín me sirve unos whiskis hermosos, me dijo Vega. Gracias a que encontré este lugar mi estadía ha sido un poco más leve, Moya, porque al final tuve que regresar a causa de mi madre: se las des­quitó todas, la señora, se desquitó todas las que le hice en Montreal, se desquitó mi desprecio, mi negativa a escuchar nada que tuviera que ver con este país, mi negativa rotunda a que ella me con­tara la situación de fulanito y de menganito, a que me contara cómo aquel mi compañero de infan­cia se había convertido en un ingeniero de éxito y este otro en un médico cotizadísimo, se desquitó mi total desprecio a escuchar cualquier cosa que tuviera que ver con este país, mi desprecio a escu­char cualquier cosa que tuviera que ver con mi pasado, con mis amigos del colegio, con mis ami­gos del barrio, me dijo Vega. La última vez que mi madre llegó a Montreal, hace dos años, me lo advirtió, Moya, me dijo que yo tendría que venir cuando ella muriera, que yo no podía ser tan in­grato. Y aquí estoy, aunque sólo sea por un mes, aunque nada más se trate de treinta días, aunque no tenga la intención de estar ni un día más, aun­que no logremos vender la casa de mi madre en este periodo, estoy aquí, en un sitio al que nunca creí regresar, al que nunca quise regresar. Yo no entiendo qué haces vos aquí, Moya, ésa es una de las cosas que te quería preguntar, ésa es una de las curiosidades que más me inquietan, cómo alguien que no ha nacido aquí, cómo alguien que puede irse a vivir a otro país, a un lugar mínimamente decente, prefiere quedarse en esta asquerosidad, explícame, me dijo Vega. Vos naciste en Tegucigalpa, Moya, y te pasaste los diez años de la gue­rra en México, por eso no entiendo qué haces aquí, cómo se te pudo ocurrir regresar a vivir, a radicarte en esta ciudad, qué te trajo una vez más a esta mugre. San Salvador es horrible, y la gente que la habita peor, es una raza podrida, la guerra trastornó todo, y si ya era espantosa antes de que yo me largara, si ya era insoportable hace diecio­cho años, ahora es vomitiva, Moya, una ciudad realmente vomitiva, donde sólo pueden vivir per­sonas realmente siniestras, o estúpidas, por eso no me explico qué haces vos aquí, cómo podes estar entre gente tan repulsiva, entre gente cuya máximo ideal es ser sargento, ¿los has visto cami­nar, Moya?, yo no lo podía creer cuando vine, me parecía la cosa más repulsiva, te lo juro, todos caminan como si fueran militares, se cortan el pelo como si fueran militares, piensan como si fueran militares, espantoso, Moya, todos quisie­ran ser militares, todos serían felices si fueran militares, a todos les encantaría ser militares para poder matar con toda impunidad, todos traen las ganas de matar en la mirada, en la manera de caminar, en la forma en que hablan, todos quisie­ran ser militares para poder matar, eso significa ser salvadoreño, Moya, querer parecer militar, me dijo Vega. Me da asco, Moya, no hay algo que me produzca más asco que los militares, por eso tengo quince días de sufrir asco, es lo único que me produce la gente en este país, Moya, asco, un terrible, horroroso y espantoso asco, todos quie­ren parecer militares, ser militar es lo máximo que se pueden imaginar, como para vomitarse. Por eso te digo que no entiendo qué haces aquí, aun- que Tegucigalpa ha de ser más horrible que San Salvador, aunque la gente en Tegucigalpa debe ser igualmente imbécil que la gente en San Salvador, al fin son dos ciudades que están demasiado cerca, dos ciudades donde los militares han dominado por décadas, dos ciudades infectadas, espantosas, repletas de tipos que quieren quedar bien con los militares, que quieren vivir como los militares, que ansían parecer militares, que buscan la menor oportunidad de arrastrarse ante los militares, me dijo Vega. Un verdadero asco, Moya, es lo único que siento, un tremendo asco, nunca he visto una raza tan rastrera, tan sobalevas, tan arrastrada con los militares, nunca he visto un pueblo tan ener­gúmeno y criminal, con tal vocación de asesinato, un verdadero asco. Solamente quince días he ne­cesitado para saber que estoy en el peor lugar en que podría estar: ahorita porque no hay nadie aquí en el bar, Moya, pero te puedo asegurar que después de las ocho de la noche, cuando comien­zan a entrar todos esos energúmenos que vienen por el grupo de rock, te puedo asegurar que la mayoría entra con una mirada que te quiere dejar claro que son capaces de matarte a la menor pro­vocación, que para ellos el hecho de matarte no tiene la menor importancia, que en realidad desea­rían que les dieras la oportunidad de demostrar que son capaces de matarte, me dijo Vega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario